Era cuestión de tiempo.
Y pasó.
No es el momento de ensañarse
pero sí de hacer una reflexión crítica. Serena pero urgente.
La muerte de Jairo, apenas un
niño, apuñalado en un “botellón”, es una tragedia absolutamente previsible. Si
pasas una y otra vez la mano por el fuego acabas quemándote.
Y reflexionas y aparecen los
interrogantes.
¿Qué puedes esperar de una
concentración de jóvenes, hombro con hombro, cuya única aspiración es ponerse
ciegos de todo?
Pero por otra parte… ¿Qué
alternativas de diversión ofrecemos a estos jóvenes?
La solución más fácil es
facilitarles un recinto, una jaula, para que se desfoguen sin molestar.
¿Y qué hace un chaval de 16
años en la calle a las dos de la madrugada?
No sé si es el caso, pero
esta sociedad está repleta de padres cesantes. Queremos a nuestros hijos pero a
una distancia prudencial. Que los eduquen en los colegios. Mandan ellos y
nosotros claudicamos por comodidad.
¿Y qué hacen con navajas?
Les estamos enseñando la ley
de la jungla. Es más hombre el más fuerte y se es más hombre con un puñal en el
bolsillo.
Padres y sociedad estamos
permitiendo que haya niños, a menudo descerebrados y frecuentemente borrachos,
cuyo único “leitmotiv” es una cresta, el depilado, el tatuaje y un piercing.
Muy libres pero vacíos y huecos. Aunque esto es lo de menos… mientras no
incordien.